domingo, 9 de noviembre de 2008

Noviembre 1999

Noviembre de 1999

Lo mataron hace unos días. Porque sí. Porque la esperanza es lo primero que se pierde en una ciudad de mierda como Bogotá, la capital de un país de mierda, Colombia. Se llamaba Jhon, estudiaba administración de empresas y éramos compañeros del grupo de teatro de la universidad. Lo conocí muy poco pero lo vi más vivo que nunca. Ahí, de pie, en el escenario, con toda su energía, talento y rebeldía. Se le llenaba la boca con una carcajada siempre que hacía un chiste y la mirada maliciosa de sus ojos verdes se clavaba, socarrona, en las risas del resto de actores del grupo. Durante un mes y medio ensayamos la obra que sin duda debería llevarnos al festival de teatro universitario en Cúcuta, Biderman y los incendiarios, la estrenamos un martes a las tres de la tarde en el auditorio. Celebramos, felices, el éxito, todo era una fiesta. En esas horas la muerte brindó con nosotros, se sentó en mi pierna, luego abrazo un rato a cada uno de los actores y actrices y se decidió por él, por Jhon. La voz aflautada y maliciosa no volvería a pronunciar los parlamentos de la obra que nos llevaría a Cucutá y nos permitiría tomarnos esa cerveza que nos prometimos tomar helada, bajo el calor, con un buen cigarrillo y una que otra niña de Cúcuta. Era un tipo inconforme, perfeccionista, hasta en la ironía. Perfecta le quedó la frase que construyó con letras recortadas de revistas. Ese “pronto llegará mi gran encuentro con la muerte” que hace unos meses su madre encontró en su cuarto. Perfeccionista como en el teatro y los pre-estrenos de la obra donde fumaba un cigarrillo y mentaba un madrazo porque las cosas no salían bien.
Cargamos el último baúl de la escenografía. Bajamos vino, el moscatel barato que compramos en la esquina, bajo la lluvia, con el vestuario puesto y a escondidas del director, la botella que no duró nada antes de salir a escena, la misma que compramos con vestuario y maquillaje puestos, el primer trago que brindamos. La imagen del tipo que sabe que no va ha vivir para siempre y ni por mucho rato. Así de sencillo. Sentado en el piso con su chaqueta negra, fumando un cigarrillo. Un rebelde, como lo decía, con orgullo.

La verdad no quiero escribir sobre esto. Por lo menos por ahora. Debo dejar la estructura realizada, tal vez lo haga algún día. Contar lo que no vale la vida en Colombia. Mientras actuábamos se preparaba, seguramente, otra masacre más, otro secuestro más, esto no va. Ni ira en la tesis...


Noviembre 2008. 9 años después.

Hay muchas cosas que sigo pensado. Que mi país es una mierda. Que la vida no vale nada. Y mucho menos allí.

No fui a su entierro porque no soporto los entierros. Prefiero las bodas, los bautizos, las primeras comuniones, los quinces, pero nunca los entierros, y menos los de los jóvenes. A veces pienso que no cruzare los 42. Uno sabe que ver las fotos envejecidas de los que ya se fueron es como ver un mensaje que late en la pantalla del móvil. Los muertos no asustan. Asusta la vida.

Afuera, la noche.


Noviembre de 1989. 19 años antes.

Dicen que no perdí el conocimiento. Pero no recuerdo nada entre la imagen de la madera quebrando el techo y el momento en que desperté en el hospital. Era un domingo. El cielo estaba despejado. Y el sol. Y las nubes. Y el eucalipto frente a la casa. Y el hipódromo abandonado. Largo. Tendido como la más grande de todas las ballenas muertas que he visto en la playa. Fue en noviembre. Un mes que da miedo. La sangre, según cuentan, salía por montones pero yo estaba conciente, según ellos, pero yo no recuerdo nada. Solo la oscuridad y la sensación de una caída profunda. Como la de Brad Pitt en Snatch, profunda como la de Ewan MacGreggor en Trainspoting. Con toallas trataban de parar el manantial rojo. Mi novia y mi padre que también amaba a mi novia, me veían, según me cuentan, como me arrastraban inerte hasta el automóvil.

Todos se apagan en Noviembre. Un padre, dos primos, una amiga de la infancia y un par de colegas de juventud se fueron en ese mes, justo antes de las navidades. Un balance extraño para temerle al lluvioso noviembre.
Si hay un lugar después de la muerte me gustaría que fuera un tiempo y un espacio para estar con todos los amigos idos, los amigos …


9 de Noviembre. Hoy.

De Jhon quedan sus ojos llenos de malicia. Los cigarrillos y el vino tras bambalinas. Los murmullos de todos y todas mientras esperábamos la línea que nos hiciera entrar a escena.
Espero que en el cielo tengan banda ancha. Y que Jhon, colega de tablas, perras, porros y tragos sepa que lo recuerdan en ese mes, justo después de la tercera función de esa buena obra donde los incendios estallaban por culpa de Max Frisch. Hoy, viejo, con un cigarro, Belmont, claro, y un buen trago, a tu salud, que tan clavado quedaste en el recuerdo con ese muere joven y tendrás un cadaver bello, te recordamos tan profundo como el puñal que clavaron en ese corazón.

Aquí a bajo o aquí arriba seguimos. De a pie. Sin más teatro que el que exige la vida para ganar el pan. Pero con la bandera en la mano. Gastada, más vieja, con menos color, pero aún bandera.

Afuera, las luces.




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