viernes, 27 de febrero de 2009

La maldición de la bruja

Luego de unos meses de estar en remojo etílico resucita el bloguero para recibir la ceniza en la frente.

Me fui de parranda por un par de meses, y le puse el punto final a la juerga en el carnaval de Barranquilla.

En el itinerario los guayabos se fueron acumulando ciudad tras ciudad, feria tras feria. Terminé hecho polvo.

Tengo un lector muy grosero que me insulta cada vez que puede, y bueno, aquí le dedico mi penúltima entrada, la que será la despedida oficial de este amargoso blog. Y me voy porque nadie lee esta vaina.

Luego de despertar del sueño etílico y la rumba criolla de fin de año veo la misma pesadilla. El mismo circo, y los mismos columnistas rasgándose las vestiduras por los escándalos de turno. Perorata endiablada: " Qué el presidente si se lanza, que no, que Uribito si, que Santos no, que el DAS chuza, que la seguridad nacional, que se murió Jartañan, que el polo perdió su imán, que la inseguridad, que los trancones, que la selección Colombia... bla...bla ...bla".

¿Al colombiano de a pie de que le sirve? Está feliz rebuscándose la vida y pagando impuestos. Un ejemplo, le gusta pagar la gasolina más cara de América. Cuando la gasolina baja en todo el mundo aquí sube. Paisano, te gusta que te den. Paisano eres valiente alzando la mano pa´darle al vecino.

Reviras revirador revirante.

Como era de esperarse la travesía terminó en la metrópoli, en la tenaz suramericana. Una mañana muy soleada, muy linda ella, con pajaritos copetones (gorreones) y música de arpa en la escena, venía caminando como Pedro por su casa, como Uribe por su vereda, hasta que mis ojos desparpajados enfocaron a la abuela. Una anciana exhibía a su nieto desde la silla de atrás de un automóvil muy bien aparcado. La puerta se abrió lentamente. Y la mujer llena de años y arrugas le baja los calzones al vástago. El cagoncito de unos tiernos 3 años comienza a orinar su orin infante y dorado. La abuela sonríe en cámara lenta al contemplar como el chorro sale por la punta del chito.

¿Dónde quedó la enseñanza del payaso que se casó en un circo y sobre un elefante?

La abuela, muy bien vestida, digna de vivir en el exclusivo sector de Rosales o la Cabrera, clavó su mirada en mi cara cuando le reclamé, muy educado, que la calle no era baño público. La abuela cabrona me lanzó toda clase de insultos, y cerró la serenata con el agravio que más odio acumula un colombiano: !Hp!
Ante tal señora no quedó más que emprender la carrera, no fuera que llegara el padre del hijo o los nietos, sin duda ellos si portaban las armas de la familia, y estarían muy dispuesto a desocuparlas en este infeliz, ingenuo y trasnochado trashumante. ¡Vieja malparida! le grite. Y la señora hizo el amague de dejar a un lado al cagon para ir a corretearme, y a garganta rota me escupió una maldición.

Y corrí, corrí como loco hasta montarme en un transmilenio. Y llegué a un lugar que está muy demoda y demonda, donde todas las maldiciones quedan en la puerta. Un fabuloso burdel que ha tomado gran fuerza en la calle 22. Allí me hicieron una limpia. Y entre teta y teta reflexioné lo hermoso que este país. Su gente linda. Sus paisajes. Su empuje. Y claro sus mujeres. Me gasté toda una fortuna en ron, en todas las fiestas y ferias de fin de año que hay en mi tierra natal, cuando pude haber disfrutado la variedad infinita de la hermosura colombiana en un solo lugar.

El próximo año invitaré a los extranjeros documentalistas con los que bebí en Barranquilla hasta morir sobre mulatas, negras, y mestizas. Los invitaré para hacerles un homenaje de desagravio, luego de que realizaran un hermoso y sentido documental sobre la maravillosa Colombia, sobre su gente trabajadora, linda, pujante, y toda esa mierda que nos exaltan los comerciales patrioteros de Colombia es Pasión. Y les voy a pagar la cuenta de cinturas de morenas trituradoras, porque después del robo que les hicieron en Medellín, justo cuando el documental había terminado su grabación, los dejó "pailas, papá, marcando calavera" (con acento paisa).

Bonito final para el documental, y bonito final para mi estadía en la tierra que me vio nacer, que me enseñó a luchar por los sueños, que me dijo los sueños pueden ser realidad, claro si te vas de aquí. Colombia, mi bella daifa, mi hermosa puta. Te amo. Te adoro. Bailaré mil bachatas bajo el cielo protector de la blanca coca nuestra, sentiré tu olor de mujer, perfume que alborota machos seminales en los burdeles de la vieja perra Europa y la exótica Asía.

Y así me fui reconciliando con mi país, porque el odio ya no existe. Y sin odio no se puede escribir. Una vez afuera del rico lupanar, retirado del distrito de la luz roja, la maldición de la cabrona abuela desalmada me vuelve a perseguir, y entonces a correr de nuevo, a huir, a escapar, como todos los colombianos que se levantan cada mañana a rebuscarse la puta vida que los próceres les ofrecieron a cambio de una nación libre que honra el nombre de un loco.

Y así me lancé al interior del primer transmilenio en la calle 22. Y la despedida fue celestial. Un autobus lleno de mujeres jóvenes y muchachos en sus veintes universitarios. El futuro culto de este país. Los nietos de la abuela ya hechos muchachos, aprendices de abogados, ingenieros, putas y políticos. El futuro está asegurado.

Una vez en el aeropuerto con mi maleta lista veo que la maldición de la abuela no puede cruzar la puerta porque la muy perra no tiene visa, ni siquiera pasaporte. ¿Estoy a salvo? No, hasta que no esté lejos del Dorado (ese trozo de aeropuerto que remodelaron unos paisas para ser demolido muy pronto), no hasta que salga del espacio aéreo de la maldición de la bruja. Pero la muy perra comienza a gritar. Me pongo los audífonos del avión, y oprimo el botón para activar la selección del canal musical. Máximo volumen. Y en la pantalla un viejo programa de T.V donde un par de palurdos introducen un ortodoxo video musical. Y entonces que orgulloso me siento de ser colombiano suena una y mil veces sobre el caribe. Escucharé atento. Meditaré cada verso. Cada acorde. Así hasta que llegue a la tierra de Obama. A la tierra de los Angeles. Sweet home L.A.